Blog de relatos cortos de ficción, terror y de novela negra.
Un espejo es un objeto sólido compuesto por materia, como un estuche, un ordenador o una pared. Ese espejo te ayuda a peinarte, a verte por las mañanas, por las tardes y por las noches. Ese espejo se puede usar en muchos contextos, como un ordenador, una pared,... pero, ¿una pared puede reflejarte en ella, o un ordenador te puede mirar como te mira el reflejo de tu espejo? ¿Porqué ese espejo puede "imitar" tus movimientos, tus miradas, tus gestos? Existen muchas historias sobre los espejos como portales a otro mundo, o de reflejos que viajan al mundo real poseídos por demonios o fantasmas, matando a todos los seres queridos de las personas que rodean al "protagonista".
¿Alguna vez has leído alguna historia sobre espejos de verdad? Quizá ese reflejo sean tus miedos o tus sueños más escondidos, más profundos, más oscuros... ¿Y si pudieras devolverle la mirada a esa forma que te mira desde sus ojos oscuros? ¿Y si pudieras retar a esa visión hasta los límites más infranqueables? ¿Y si decidieras, por un día, viajar a ese rincón oscuro de tu ser y tratar de entender qué empuja a ese ser para comportarse de forma tan ruin y despreciable?
Solo hay una forma de averiguarlo: Ve y observa ese espejo. Pero cuidado, esa tarea solo es para valientes o estúpidos, aunque ambas cosas son lo mismo, ¿no?
Solo hay una cosa segura: si lo haces,la víctima de mi siguiente historia serás tú.

lunes, 22 de abril de 2013

Sin hacer ruido y a las doce


Era por la tarde cuando Marc llegó al motel SeaSide. Aparcó el Ford Focus de la empresa en la que trabajaba en el parking del patio que se hallaba en medio del motel en forma de “C”. al apagar el motor, se quedó un rato sentado en el asiento del conductor, cabizbajo, escuchando hasta el final la canción que sonaba en la radio.
Salió del coche y se dirigió sin detenerse hacia la recepción del motel. Llevaba las manos en los bolsillos, la corbata desaliñada y la camisa arrugada. Con paso tambaleante, atravesó el corto espacio que le distaba de la recepción y entró por la puerta de cristal en la gran sala cuadrada. Olía a quemado y a un dulzor, parecido al de un chicle de fresa, que se le pegaba en la garganta. El ventilador de mesa que había en una pequeña mesa con revistas estaba estropeado y el gran aparato de aire acondicionado hacía un ruido más parecido a un zumbido grave que abarcaba toda la estancia. El color marrón de los muebles y la madera se teñía de un color anaranjado debido a la intensa luz solar que entraba por las ventanas.
Había un hombre gordo sentado en una silla alrededor de la mesa de las revistas. Llevaba una camiseta de tirantes blanca que estaba manchada con grandes manchas de color rojo, marrón y amarillo por el sudor, y que apenas podía tapar u ocultar el gran cúmulo de grasa que caía precipitadamente de su barriga y se posaba sobre sus piernas gordas y rechonchas vestidas con un pantalón deportivo corto y harapiento también manchado. Estaba desaliñado y su cuerpo mostraba una gran dejadez higiénica, y su postura indicaba que llevaba gran parte del día en la misma posición y leyendo las revistas de la mesa.
Se dirigió al mostrador y observó a un hombre joven con una camisa a cuadros y una gorra de propaganda de algún tipo de cerveza de lata. Se hallaba leyendo una revista de cine mientras rumiaba un chicle en su mandíbula envuelta en una barba desaliñada. Marc tuvo que hacer un ligero carraspeo con la garganta para que el hombre lo atendiera. En ese momento, el hombre levantó la mirada con desdén y desprecio mientras hacía la revista a un lado para tratar de servirle.
-Buenas tardes – dijo mientras seguía mascando el duro chicle que llevaba mascando horas. -¿Quería algo?
-Sí. Una habitación por favor – en todo momento le dedicó una mirada sutil de asco que no influyó en su tono serio que parecía indicar cierta indiferencia.
El hombre se giró y cogió un llavero enorme y cuadrado de madera, sin ningún abalorio a parte de un 247 tallado en medio, y se lo arrojó a través de la ventanilla.
-Tenga. - el hombre recogió la revista y continuó leyendo donde se había quedado antes de la molesta interrupción de Marc. Levantó la mano, señaló la puerta y, sin dejar de mirar la revista, dijo con desdén. - Las escaleras de la derecha, segunda planta y al fondo a la izquierda. Son 20 pavos por noche que se cobran cuando dejes la estancia. Nada de ruidos a partir de las doce de la noche y, si hay droga de por medio, el motel no sabe nada y se llamará a las autoridades.
Marc salió de la estancia y se dirigió a la habitación que había alquilado. Era pequeña y tenía a penas lo justo para vivir: una pequeña habitación con una cama y una lámpara; un baño con un váter, un lavabo y un plato de ducha; el salón y la cocina estaban juntos en la misma estancia y constaban de un frigorífico, una cocina, una mesa redonda y baja pegada a un sofá verde que desprendía un olor asqueroso y una televisión atornillada a la parte superior de la pared.
Dejó caer las llaves del coche y el enorme llavero sobre la cama. Se tiró sobre el sofá y encendió la televisión para no ver nada. Dejó pasar las horas mientras veía todo tipo de programas de cocina, series policíacas y realities de la vida universitaria.
Se fijó en la ventana. Ya no entraba luz en la habitación y las luces de neón del anuncio de la carretera iluminaban de forma intermitente la estancia. Se levantó y se dirigió a la ventana. Se quedó un largo rato mirando el inexistente paisaje de tierra y semi-desierto oscuro. La única luz que iluminaba la larga y recta carretera era la del anuncio del motel. La carretera no necesitaba ser iluminada debido a que el trafico era prácticamente inexistente, rasgo del que se percató al observar durante largo rato la larga extensión de asfalto.
Apartó de la cama las llaves y se sentó encima, dejándose caer y desplomando su peso sobre el colchón. Dirigió su mano derecha a la parte baja de su espalda y sacó un revolver. Lo miró durante largo rato. Se fijó en las balas y observó que tenía la cantidad necesaria. Hizo rodar la rueda donde se encontraba la única bala que tenía y la introdujo de nuevo en el arma con un chasquido. Sin más dilación dirigió el arma hacia su cabeza y apretó el gatillo, desparramando sus sesos sobre la pared y la cama con la misma expresión de seriedad e indiferencia que tenía cuando hablaba con el hombre de detrás del cristal.
El cuerpo sin vida se desplomó sobre el colchón y el reloj tocó al llegar sus manecillas a las doce de la noche.
A la mañana siguiente se llevaron su cuerpo, limpiaron la habitación con productos baratos y el dueño se quedó sin eso

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