Era
por la tarde cuando Marc llegó al motel SeaSide. Aparcó el Ford
Focus de la empresa en la que trabajaba en el parking del patio que
se hallaba en medio del motel en forma de “C”. al apagar el
motor, se quedó un rato sentado en el asiento del conductor,
cabizbajo, escuchando hasta el final la canción que sonaba en la
radio.
Salió
del coche y se dirigió sin detenerse hacia la recepción del motel.
Llevaba las manos en los bolsillos, la corbata desaliñada y la
camisa arrugada. Con paso tambaleante, atravesó el corto espacio que
le distaba de la recepción y entró por la puerta de cristal en la
gran sala cuadrada. Olía a quemado y a un dulzor, parecido al de un
chicle de fresa, que se le pegaba en la garganta. El ventilador de
mesa que había en una pequeña mesa con revistas estaba estropeado y
el gran aparato de aire acondicionado hacía un ruido más parecido a
un zumbido grave que abarcaba toda la estancia. El color marrón de
los muebles y la madera se teñía de un color anaranjado debido a la
intensa luz solar que entraba por las ventanas.
Había
un hombre gordo sentado en una silla alrededor de la mesa de las
revistas. Llevaba una camiseta de tirantes blanca que estaba manchada
con grandes manchas de color rojo, marrón y amarillo por el sudor, y
que apenas podía tapar u ocultar el gran cúmulo de grasa que caía
precipitadamente de su barriga y se posaba sobre sus piernas gordas y
rechonchas vestidas con un pantalón deportivo corto y harapiento
también manchado. Estaba desaliñado y su cuerpo mostraba una gran
dejadez higiénica, y su postura indicaba que llevaba gran parte del
día en la misma posición y leyendo las revistas de la mesa.
Se
dirigió al mostrador y observó a un hombre joven con una camisa a
cuadros y una gorra de propaganda de algún tipo de cerveza de lata.
Se hallaba leyendo una revista de cine mientras rumiaba un chicle en
su mandíbula envuelta en una barba desaliñada. Marc tuvo que hacer
un ligero carraspeo con la garganta para que el hombre lo atendiera.
En ese momento, el hombre levantó la mirada con desdén y desprecio
mientras hacía la revista a un lado para tratar de servirle.
-Buenas
tardes – dijo mientras seguía mascando el duro chicle que llevaba
mascando horas. -¿Quería algo?
-Sí.
Una habitación por favor – en todo momento le dedicó una mirada
sutil de asco que no influyó en su tono serio que parecía indicar
cierta indiferencia.
El
hombre se giró y cogió un llavero enorme y cuadrado de madera, sin
ningún abalorio a parte de un 247
tallado en medio, y se lo arrojó a través de la ventanilla.
-Tenga.
- el hombre recogió la revista y continuó leyendo donde se había
quedado antes de la molesta interrupción de Marc. Levantó la mano,
señaló la puerta y, sin dejar de mirar la revista, dijo con desdén.
- Las escaleras de la derecha, segunda planta y al fondo a la
izquierda. Son 20 pavos por
noche que se cobran cuando dejes la estancia. Nada de ruidos a partir
de las doce de la noche y, si hay droga de por medio, el motel no
sabe nada y se llamará a las autoridades.
Marc
salió de la estancia y se dirigió a la habitación que había
alquilado. Era pequeña y tenía a penas lo justo para vivir: una
pequeña habitación con una cama y una lámpara; un baño con un
váter, un lavabo y un plato de ducha; el salón y la cocina estaban
juntos en la misma estancia y constaban de un frigorífico, una
cocina, una mesa redonda y baja pegada a un sofá verde que
desprendía un olor asqueroso y una televisión atornillada a la
parte superior de la pared.
Dejó
caer las llaves del coche y el enorme llavero sobre la cama. Se tiró
sobre el sofá y encendió la televisión para no ver nada. Dejó
pasar las horas mientras veía todo tipo de programas de cocina,
series policíacas y realities de
la vida universitaria.
Se
fijó en la ventana. Ya no entraba luz en la habitación y las luces
de neón del anuncio de la carretera iluminaban de forma intermitente
la estancia. Se levantó y se dirigió a la ventana. Se quedó un
largo rato mirando el inexistente paisaje de tierra y semi-desierto
oscuro. La única luz que iluminaba la larga y recta carretera era la
del anuncio del motel. La carretera no necesitaba ser iluminada
debido a que el trafico era prácticamente inexistente, rasgo del que
se percató al observar durante largo rato la larga extensión de
asfalto.
Apartó
de la cama las llaves y se sentó encima, dejándose caer y
desplomando su peso sobre el colchón. Dirigió su mano derecha a la
parte baja de su espalda y sacó un revolver. Lo miró durante largo
rato. Se fijó en las balas y observó que tenía la cantidad
necesaria. Hizo rodar la rueda donde se encontraba la única bala que
tenía y la introdujo de nuevo en el arma con un chasquido. Sin más
dilación dirigió el arma hacia su cabeza y apretó el gatillo,
desparramando sus sesos sobre la pared y la cama con la misma
expresión de seriedad e indiferencia que tenía cuando hablaba con
el hombre de detrás del cristal.
El
cuerpo sin vida se desplomó sobre el colchón y el reloj tocó al
llegar sus manecillas a las doce de la noche.
A
la mañana siguiente se llevaron su cuerpo, limpiaron la habitación
con productos baratos y el dueño se quedó sin eso
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