Blog de relatos cortos de ficción, terror y de novela negra.
Un espejo es un objeto sólido compuesto por materia, como un estuche, un ordenador o una pared. Ese espejo te ayuda a peinarte, a verte por las mañanas, por las tardes y por las noches. Ese espejo se puede usar en muchos contextos, como un ordenador, una pared,... pero, ¿una pared puede reflejarte en ella, o un ordenador te puede mirar como te mira el reflejo de tu espejo? ¿Porqué ese espejo puede "imitar" tus movimientos, tus miradas, tus gestos? Existen muchas historias sobre los espejos como portales a otro mundo, o de reflejos que viajan al mundo real poseídos por demonios o fantasmas, matando a todos los seres queridos de las personas que rodean al "protagonista".
¿Alguna vez has leído alguna historia sobre espejos de verdad? Quizá ese reflejo sean tus miedos o tus sueños más escondidos, más profundos, más oscuros... ¿Y si pudieras devolverle la mirada a esa forma que te mira desde sus ojos oscuros? ¿Y si pudieras retar a esa visión hasta los límites más infranqueables? ¿Y si decidieras, por un día, viajar a ese rincón oscuro de tu ser y tratar de entender qué empuja a ese ser para comportarse de forma tan ruin y despreciable?
Solo hay una forma de averiguarlo: Ve y observa ese espejo. Pero cuidado, esa tarea solo es para valientes o estúpidos, aunque ambas cosas son lo mismo, ¿no?
Solo hay una cosa segura: si lo haces,la víctima de mi siguiente historia serás tú.

lunes, 29 de abril de 2013

El botón Asimov


Era por la mañana. Carl se vistió y se preparó para dirigirse a la universidad. Mientras desayunaba, encendió la televisión para ver las noticias de la semana: “un hombre mata a golpes a su mujer”,”La guerra en los países tercermundistas están llegando a un punto crítico por declarar el nuevo régimen totalitario”, “la crisis económica aumenta mientras los políticos y empresarios se llenan los bolsillos”. Carl apagó el televisor y apuró hasta el final el café caliente que se había preparado con su máquina de expresos. Se puso la chaqueta y salió por la puerta, cerrándola con llave desde el exterior.
Sus auriculares estaban arreglándose en la tienda, por lo que tuvo que aguantar cómo una señora mayor le contaba a otra los enredos y cotilleo de todos sus vecinos en la parada del autobús.
-El del quinto aprovechó que su mujer estaba en el trabajo para subir a complacer a la del séptimo, la niña de la nieta de la amiga de mi prima. Parecía ayer cuando era una niña y ahora es una golfa...
-¿Otra vez?
-Si, sí, si. Esa jovenzuela es una pequeña golfa. Mira que no me gusta enterarme ni poner la oreja en los temas ajenos, pero ¡Dos horas estuvo en su casa! Para luego bajar y volver a follarse al morenito soltero del segundo.
-Valla, valla,... ¿Y el del octavo? ¿Sigue con...?
Carl estaba empezando a asquearse más de lo que ya estaba ante aquella situación. Lo odiaba. Odiaba a esa vieja decrépita. Lentamente comenzó a apretar una especie de caja pequeña que tenía dentro del bolsillo. Quería matarlas a las dos para que se preocuparan de su vida, destrozar sus aviejadas y marchitas caras podridas de estupidez e ignorancia.
Carl se subió al autobús. Se sentó en un asiento con ventanilla y fue contemplando el paisaje de la ciudad a esas horas de la mañana. Por la radio estaba sonando una “artista” salida de alguna serie para niños de cierta empresa que antes hacía dibujos de un ratón parlante. El día no podía ir “mejor” para Carl. Odiaba esa música comercial barata que lavaba los cerebros de los jóvenes para convertirlos en esa masa odiosa de ovejas que correteaban detrás del pastor, pastando y balando como el mismo ser ante las mismas motivaciones.
De repente, una chica, baja, rechoncha y morena entró en el autobús con un aire antinatural de prepotencia y soberbia. Llevaba la típica BlackBerry que solo era útil para los empresarios y que gente como ella llevaban solamente para tratar de presumir y llamar la atención de lago de lo que carecían. Su bolso se Chanel destrozado y manchado por el uso decía a gritos que era el único que tenía y lo usaría hasta destrozarlo para seguir marcando algo de lo que carecía. Llevaba la cara oculta tras una cantidad insana de maquillaje y potes que ocultaban su verdadero rostro de falsedad e hipocresía.
La estupidez personalizada se sentó a su lado, dándole la espalda para dirigirse a un grupo de chicas jóvenes que había sentadas a su lado. Ella, a voces y montando un número dentro del autobús, empezó a despotricar contra gente que las chicas conocían dentro de su entorno social, como “amigas”, compañeras de clase, profesores, etc. No se reía, chillaba; no criticaba, sentenciaba; no hablaba, voceaba.
Quería agarrarla del cuello, estrangularla y, estando moribunda, estrellarla contra el cristal de la ventanilla para destrozarla con su cuerpo y hacer que saliera disparada contra el pavimento. Con suerte, el coche de detrás atropellaría su cabeza y desparramaría sus sesos e infinidad de fragmentos de huesos a lo largo de la carretera. Iba a destrozar su cuerpo. Iba a estrellar su puño infinidad de veces contra su deformado rostro e iba a incrustar sus dientes contra el asiento delantero para desnucarla contra el de detrás.
Llegaron a su facultad. Bajó del autobús y cruzó rápidamente el umbral de la puerta de entrada. Recorrió cabreado el amplio y cuadrado hall central del edificio y subió las escaleras hasta la primera planta. Entró por la primera puerta de la izquierda. Llegaba tarde. El día iba de mal en peor y su ira estaba aumentando. El profesor de Filología Antigua le miró algo irascible y mosqueado. Era un hombre bajito y algo gordo. En su forma de hablar, de caminar y sus pausas repentinas mostraban que había pasado penurias y reveses de la vida que su mente no ha podido soportar.
Se sentó rápidamente en un sitio libre cerca de la puerta. El día iba mejorando. Mientras el profesor hablaba, detrás de él sonaban las voces y las risas del cuarteto de furcias barrio-bajeras y baratas que tanto odiaba. Eran cuatro y odiaba a las cuatro, pero en especial odiaba a su “preciada y fantástica líder”. Era una mezcla amorfa entre castaña y rubia. Era mucho más mayor que las tres ovejas que la seguían a cualquier sitio, pero ella se regodeaba intentando aparentar que tenía incluso menos edad que ellas. Siempre iba vestida con ropas de “viernes noche” que intentaran llamar la atención de todos los hombres y así evitar que se fijaran en su inexistente cerebro y en su rostro mustio y amargado de pastillero a punto de una sobredosis. Cuando hablaba, sabías que hablaba. Pisaba a todo el mundo que estuviera hablando de cualquier tema solo para ser ella el centro de la conversación. Las odiaba. La odiaba.
-Pues yo, es que tengo mucho flujo cuando tengo la regla, chicas. ¿Será que follo mucho o poco? - Gritaba por encima del profesor la “furcia líder”.
El profesor ya solo podía hacer oídos sordos antes semejante bullicio proveniente de cuatro míseras personas. Las dejaba hablar, ya que, por muchas advertencias, llamadas de atención, etc, no podía hacer callar a su insulsa líder.
-No se chicas, - volvió a gritar y exagerar la líder. - pero cuando estoy con mi novio, es que es tan genial, buah...
Siguieron voceando durante toda la clase sobre temas carentes de sentido o sobre temas íntimos y privados que a nadie le importaba. Ya estaba muy cabreado. No estaba dispuesto a aguantar esa situación hoy.
Ya no iba a volver a aguantalo nunca más.
Carl se levantó y la miró fríamente.
-Mirar chicas, ¿Y a éste que le pasa? Jajajajaja
Se sacó la caja del bolsillo. Era una caja muy pequeña de metal y color negro. Solo había un botón rojo redondo en el medio. No tenía más decoración, ningún código de serie ni ninguna inscripción. Lo pulsó fríamente y lo dejó lentamente sobre la mesa.
Carl se abalanzó sobre ella. Los dientes amarillentos a causa del tabaco de la furcia salieron volando del puñetazo propinado en el lado izquierdo de su rostro. El cuerpo cayó al suelo creando un fuerte estrépito. La levantó agarrándola del cuello y le arrancó varios mechones de pelo con su mano libre para meterlos dentro de su boca ensangrentada. Carl abrió una de las ventanas, dejó su cuerpo inconsciente y cerró de un fuerte golpe la ventana, ocasionando el resquebrar de las vértebras partiéndose por el fuerte golpe. Recogió el cuerpo moribundo y, sentándolo sobre una mesa, empezó a partir los huesos de sus piernas para despertarla del dolor. Mirándola fríamente, golpeó su deforme rostro y partió los dedos de sus manos y doblando sus codos al revés de como se doblaría normalmente. Por último, agarró su cuerpo y lo arrojó por la ventana, cayendo torpemente contra el suelo.
Carl se dirigió a su sitio. Se sentó y el botón volvió de un salto a su posición natural. Lo recogió y lo guardó de nuevo en su bolsillo.
No había ocurrido nada. Ninguno de sus compañeros sabía qué había ocurrido durante ese periodo de tiempo. La clase seguía con normalidad y el profesor no se veía frustrado ni cohibido por ningún alumno que interrumpiera constantemente. La furcia ya no iba a volver a molestarle. Nunca había existido; o había muerto en algún día de su insulso pasado. Eso a Carl no le importaba. La había hecho desaparecer y punto. Carl no había matado a nadie; o al menos, ante los ojos de la humanidad y la ley, no lo había hecho.
Ahora, su día sí iba a mejor.

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