Hambre.
Se
estaba haciendo de noche. El sol se estaba posando sobre el horizonte
y dejaba un color anaranjado en el paisaje. La ciudad se estaba
preparando para la llegada de la noche, encendiendo farolas y
activando los faros de los coches que transcurrían por las
transitadas calles. Carl estaba mirando precisamente ese paisaje
desde la ventana de su casa, situada en uno de los edificios más
altos de la ciudad. Desde aquí podía verlo todo: adolescentes
animados saliendo de fiesta hacia la parte de la ciudad donde se
encontraban las discotecas, gente volviendo a casa después de un día
de trabajo, el cierre de los establecimientos y comercios,… era una
visión que le encantaba contemplar, en especial hoy que la luna
llena era hermosamente grande y blanca sobre un cielo ya estrellado.
Apagó
la televisión y arrojó suavemente el mando sobre el sofá de marrón
cuero que había en medio del amplio salón, el cual rebotó un par
de veces antes de quedarse quieto sobre un borde del amplio sofá.
Corrió la cortina de seda blanca y encendió la lámpara de pie que
estaba situada en una esquina del salón, iluminando la mayor parte
de la estancia y creando alargadas y suaves sombras en toda la
estancia.
Atravesó
el umbral del salón y cruzó parte del pasillo hasta la cocina para
preparase una cena que constaba, principalmente, en una lasaña
pre-cocinada que había que calentar al microondas durante dos
minutos y treinta segundos. Debido al ruido de la puerta del
microondas, Carl no pudo oír un suave golpe producido en el piso por
encima de él. La lasaña comenzó a girar dentro de la caja con su
característico zumbido. Ahora sí pudo percibir el tremendo golpe de
alguien cayéndose sobre el suelo en el piso superior. Parecía que
alguien había empujado a otra persona, haciendo que cayera contra el
suelo mientras se llevaba consigo algo de cristal y algún mueble.
Asustado,
Carl levantó una escoba y produjo sonidos con el mango al hacerlo
chocar repetidas veces contra el techo mientras gritaba que pararan
con el ruido. Parecía que había surtido efecto y Carl no escuchaba
más ruidos provenientes de arriba, por lo que se dispuso a extraer
la cena, ya caliente, del microondas cuando algo le sacó de su
embelesamiento. Su teléfono móvil empezó a sonar estrepitosamente
con una canción de algún grupo rock que tanto le gustaba.
-¿sí?
- dijo al arrastrar por la pantalla el símbolo de llamada.
-¡Carl!
- dijo una voz masculina al otro lado del teléfono. Al parecer, el
hombre estaba en la calle, debido al ruido de coches yendo de un lado
a otro que Carl pudo percibir desde el otro lado y se encontraba
rodeado de un gran bullicio de personas. - ¡No te lo vas a creer!...
- prosiguió gritando para ser escuchado, pero un camión evitó que
Carl escuchara la segunda parte por culpa de su estrepitoso ruido.
-¿Mat?
- Carl también alzó algo la voz para que al otro lado le escuchara.
- No te oigo bien. Vete a algún sitio donde puedas hablar.
-¿Ahora?
- parecía que había encontrado algún sitio aislado donde poder
hablar. - No te lo vas a creer tío. Estoy con unos colegas cerca del
“Hárito” y me encontré con Rachel, ¿Te acuerdas?
-Claro
que me acuerdo. ¿Qué pasa?
-Me
ha preguntado si hoy te venías con nosotros. ¡Tío, que quiere
verte! ¡Vente tío! Una así no se deja pasar.
-¡Joder...!
Hoy no puedo... Mañana tengo que entregar los informes de
Marketing... Me juego el puesto...
-¡Tío!
¿Qué hago? Qué le digo? Sabes que no te voy a dejar así sin más
con ella. Algo tendrás qué hacer.
-¡Ya
sé! Dale mi número móvil y que me llame mañana. Saldremos a
comer.
-De
acuerdo colega, te llamo en cuanto sepa algo. Si al final te apuntas
estaremos en mi casa.
Carl
escuchó cómo su amigo colgaba desde el otro lado. Alegre, depositó
el teléfono sobre la mesa redonda y pequeña de su cocina. Ahora sí,
se dirigió de nuevo al microondas para recoger el...
¡Socorro!
El grito provenía de arriba. Lo siguiente que escuchó fue un
chillido y dos golpes secos contra el suelo. Uno parecía más
pequeño que el otro, como si hubieran dejado caer una pelota contra
el suelo, pero no hubo ningún bote adicional de dicha pelota.
Asustado, Carl cogió el teléfono y dejó marcado el número de
emergencias, se dirigió a la puerta de entrada y, suavemente y sin
hacer ningún ruido, la abrió y salió por ella suavemente. Mirando
hacia abajo, tomó aliento y se dispuso a subir la escalera que
ascendía hasta el piso superior.
Solo tuvo que mirar arriba. No le hizo falta subir ningún escalón
para fijarse en la bestial criatura que se encontraba frente a él a
escasos metros de distancia. Al fijarse en su rostro de lobo, Carl
pudo ver cómo el animal esbozaba una sonrisa mientras pronunciaba:
-Hoy estoy de suerte. Más cena. - el animal levantó el
brazo, mostrando su garra llena de sangre frente a él, y, al abrir
la boca, un ligero chorro de sangre cayó contra el suelo.
Carl, asustado, no sabía qué hacer. No sabía qué era eso que
tenía en frente de él. Pulsó la tecla de llamar de su teléfono y
entró precipitadamente en casa. Cerró la puerta con un gran golpe y
corrió hasta el salón.
A su espalda podía escuchar cómo la bestial criatura entraba en su
casa derrumbando con un fuerte golpe de hombro la puerta reforzada de
casi 10 centímetros de grosor y destrozaba en su caída todo el
recibidor de su casa. Sin perder un segundo, Carl posó su teléfono
contra su oreja hasta que por fin oyó una voz femenina:
-Emergencias, dígame
Carl ya estaba cerca del salón. Solo tenía que agarrar la espada
decorativa que adornaba su pared y defenderse de su agresor, el cual
se encontraba corriendo detrás de él por el estrecho pasillo y
derrumbando toda la decoración de la casa.
-¡Han entrado en mi casa! ¿Me oye? ¡Rastreen la llamada! ¡Voy a
morir! - Carl gritaba y jadeaba mientras corría para salvar su vida.
Había entrado en el saló. Carl, por instinto, arrojó su teléfono
contra el sofá para que pudieran rastrear su llamada, y trató de
alzar la mano izquierda para sujetar la enorme espada de su pared.
Pero ya era tarde. Cuando Carl saltó para coger el arma, pudo notar
cómo su asaltante le propinaba un bestial zarpazo a lo largo de su
espalda. Las enormes garras destrozaron su ropa, convirtiéndola en
trozos de tela inservibles. Era muy profundo, y Carl notaba el dolor
en su carne y en sus huesos, pero, lo peor de todo era que el zarpazo
tenía tanta fuerza que lo arrojó precipitadamente contra la ventana
de su salón.
El cristal estalló a su paso sin siquiera frenar su avance. Miraba
hacia abajo y pudo ver los bajos edificios pasar rápidamente bajo
sus pies. Su avance se fue frenando a medida que iba cayendo y los
grandes borrones de colores que iba viendo cada vez más cerca se
fueron distinguiendo, empezaron a dejar vislumbrar las formas
alargadas y desiguales de los coches que circulaban por la gran
avenida.
Su muerte se iba acercando. Lo notaba. En el momento en que su cuerpo
tocara el suelo todo iba a acabar. Cada vez veía más cerca el
asfalto. Estaba tan cerca que llegó un punto el que pudo ver las
impurezas del suelo en el que iba a estrellarse estrepitosamente. Ya
está. Todo acabará cuando...
¿Qué?
¿Qué es esto? Carl
fue abriendo los ojos y pudo ver los borrones que posteriormente se
transformarían en personas formando un corro alrededor de él. Una
señora le inspeccionó por si tenía algún rasguño o algún tipo
de herida por la brutal caída. Inquietos, todos los presentes
alrededor de Carl se preguntaban de dónde había caído, ya que su
cuerpo apareció sin más, estrellándose contra el suelo de la
acera, haciendo un gran boquete y levantando mucho polvo.
Tenía
que irse de ahí. Tenía que ponerse a salvo. Seguro que esa cosa
aun le estaba buscando para
acabar su trabajo. Se levantó rápidamente, tropezándose con su
propio pie. Estaba mareado y desorientado. ¿Dónde estaba? Estaba
en... A bien, estoy cerca de Hárito. ¿Mat? Mat está en
casa, cerca de aquí. Tengo que encontrar a Mat.
Carl salió corriendo de donde se encontraba mientras cientos de
miradas inquietas se posaban sobre él. Al principio fue dando
tumbos. Parecía un borracho. Se apoyaba tanto en coches como en
personas. En una ocasión se dispuso a cruzar de acera. Empezó a oír
pitidos. Eran muy estridentes. De dónde venían no lo sabía. Giró
su cabeza lentamente hasta que vio dos grandes y blancas luces que le
cegaban por completo. Fuera lo que fuera, era de donde venían los
pitidos.
Carl
notó algo raro en su cuerpo, como un chute de adrenalina que le
invadía el cuerpo por completo. Recuperó la vista y vio el enorme
trailer que se encontraba a menos de un metro de él. Como una
exhalación, Carl se arrojó hacia la otra acera, cayendo gracilmente
al otro lado apoyándose con pies y manos. No sabía qué le ocurría.
Empezó a correr y no se cansaba. Cada vez se movía más rápido y
era más veloz. En un momento llegó a correr con sus cuatro patas,
lo que hizo que se moviera más rápido y cansándose menos.
Paró.
¿Porqué paro? A
claro. Carl acababa de llegar al
portal donde vivía Mat. De un zarpazo abrió la puerta. Empezaba a
tener hambre y recordó que esa noche aun no había cenado. Sus
tripas le rugían. Se quedó de pie en frente del ascensor y una
señora mayor salió de su interior. La señora se asustó. Parecía
que acababa de ver un fantasma... o algo peor... mucho peor. Salió
corriendo y chillando ante la atenta mirada de Carl, el cual se metió
en el ascensor y se contempló en el espejo extrañado. Tenía una
especie de trozo de cuero pegado en su hocico. Se lo quitó y lo
arrojó contra el suelo del ascensor. Se miró las garras y contempló
que tenía restos de... gravilla entre las largas uñas. Se los
quitó.
A
medida que subía los pisos empezó a oír una música estridente que
cada vez sonaba más fuerte en su cabeza. Sus sentidos se empezaban a
nublar y una sensación predominaba sobre todo lo demás. Tengo
hambre... mucha hambre.