Era por la mañana. Carl se vistió y se preparó para
dirigirse a la universidad. Mientras desayunaba, encendió la
televisión para ver las noticias de la semana: “un hombre mata
a golpes a su mujer”,”La guerra en los países tercermundistas
están llegando a un punto crítico por declarar el nuevo régimen
totalitario”, “la crisis económica aumenta mientras los
políticos y empresarios se llenan los bolsillos”.
Carl apagó el televisor y apuró hasta el final el café caliente
que se había preparado con su máquina de expresos. Se puso la
chaqueta y salió por la puerta, cerrándola con llave desde el
exterior.
Sus auriculares estaban arreglándose en la tienda, por
lo que tuvo que aguantar cómo una señora mayor le contaba a otra
los enredos y cotilleo de todos sus vecinos en la parada del autobús.
-El del quinto aprovechó que su mujer estaba en el
trabajo para subir a complacer a la del séptimo, la niña de la
nieta de la amiga de mi prima. Parecía ayer cuando era una niña y
ahora es una golfa...
-¿Otra vez?
-Si, sí, si. Esa jovenzuela es una pequeña golfa. Mira
que no me gusta enterarme ni poner la oreja en los temas ajenos, pero
¡Dos horas estuvo en su casa! Para luego bajar y volver a follarse
al morenito soltero del segundo.
-Valla, valla,... ¿Y el del octavo? ¿Sigue con...?
Carl estaba empezando a asquearse más de lo que ya
estaba ante aquella situación. Lo odiaba. Odiaba a esa vieja
decrépita. Lentamente comenzó a apretar una especie de caja pequeña
que tenía dentro del bolsillo. Quería matarlas a las dos para que
se preocuparan de su vida, destrozar sus aviejadas y marchitas caras
podridas de estupidez e ignorancia.
Carl se subió al autobús. Se sentó en un asiento con
ventanilla y fue contemplando el paisaje de la ciudad a esas horas de
la mañana. Por la radio estaba sonando una “artista” salida de
alguna serie para niños de cierta empresa que antes hacía dibujos
de un ratón parlante. El día no podía ir “mejor” para Carl.
Odiaba esa música comercial barata que lavaba los cerebros de los
jóvenes para convertirlos en esa masa odiosa de ovejas que
correteaban detrás del pastor, pastando y balando como el mismo ser
ante las mismas motivaciones.
De repente, una chica, baja, rechoncha y morena entró
en el autobús con un aire antinatural de prepotencia y soberbia.
Llevaba la típica BlackBerry que solo era útil para los empresarios
y que gente como ella llevaban solamente para tratar de presumir y
llamar la atención de lago de lo que carecían. Su bolso se Chanel
destrozado y manchado por el uso decía a gritos que era el único
que tenía y lo usaría hasta destrozarlo para seguir marcando algo
de lo que carecía. Llevaba la cara oculta tras una cantidad insana
de maquillaje y potes que ocultaban su verdadero rostro de falsedad e
hipocresía.
La estupidez personalizada se sentó a su lado, dándole
la espalda para dirigirse a un grupo de chicas jóvenes que había
sentadas a su lado. Ella, a voces y montando un número dentro del
autobús, empezó a despotricar contra gente que las chicas conocían
dentro de su entorno social, como “amigas”, compañeras de clase,
profesores, etc. No se reía, chillaba; no criticaba, sentenciaba; no
hablaba, voceaba.
Quería agarrarla del cuello, estrangularla y, estando
moribunda, estrellarla contra el cristal de la ventanilla para
destrozarla con su cuerpo y hacer que saliera disparada contra el
pavimento. Con suerte, el coche de detrás atropellaría su cabeza y
desparramaría sus sesos e infinidad de fragmentos de huesos a lo
largo de la carretera. Iba a destrozar su cuerpo. Iba a estrellar su
puño infinidad de veces contra su deformado rostro e iba a incrustar
sus dientes contra el asiento delantero para desnucarla contra el de
detrás.
Llegaron a su facultad.
Bajó del autobús y cruzó rápidamente el umbral de la puerta de
entrada. Recorrió cabreado el amplio y cuadrado hall central del
edificio y subió las escaleras hasta la primera planta. Entró por
la primera puerta de la izquierda. Llegaba tarde. El día iba de mal
en peor y su ira estaba aumentando. El profesor de Filología Antigua
le miró algo irascible y mosqueado. Era un hombre bajito y algo
gordo. En su forma de hablar, de caminar y sus pausas repentinas
mostraban que había pasado penurias y reveses de la vida que su
mente no ha podido soportar.
Se sentó rápidamente en un sitio libre cerca de la
puerta. El día iba mejorando. Mientras el profesor hablaba, detrás
de él sonaban las voces y las risas del cuarteto de furcias
barrio-bajeras y baratas que tanto odiaba. Eran cuatro y odiaba a las
cuatro, pero en especial odiaba a su “preciada y fantástica
líder”. Era una mezcla amorfa entre castaña y rubia. Era mucho
más mayor que las tres ovejas que la seguían a cualquier sitio,
pero ella se regodeaba intentando aparentar que tenía incluso menos
edad que ellas. Siempre iba vestida con ropas de “viernes noche”
que intentaran llamar la atención de todos los hombres y así evitar
que se fijaran en su inexistente cerebro y en su rostro mustio y
amargado de pastillero a punto de una sobredosis. Cuando hablaba,
sabías que hablaba. Pisaba a todo el mundo que estuviera hablando de
cualquier tema solo para ser ella el centro de la conversación. Las
odiaba. La odiaba.
-Pues yo, es que tengo mucho flujo cuando tengo la
regla, chicas. ¿Será que follo mucho o poco? - Gritaba por encima
del profesor la “furcia líder”.
El profesor ya solo podía hacer oídos sordos antes
semejante bullicio proveniente de cuatro míseras personas. Las
dejaba hablar, ya que, por muchas advertencias, llamadas de atención,
etc, no podía hacer callar a su insulsa líder.
-No se chicas, - volvió a gritar y exagerar la líder.
- pero cuando estoy con mi novio, es que es tan genial, buah...
Siguieron voceando durante toda la clase sobre temas
carentes de sentido o sobre temas íntimos y privados que a nadie le
importaba. Ya estaba muy cabreado. No estaba dispuesto a aguantar esa
situación hoy.
Ya no iba a volver a aguantalo nunca más.
Carl se levantó y la miró fríamente.
-Mirar chicas, ¿Y a éste que le pasa? Jajajajaja
Se sacó la caja del bolsillo. Era una caja muy pequeña
de metal y color negro. Solo había un botón rojo redondo en el
medio. No tenía más decoración, ningún código de serie ni
ninguna inscripción. Lo pulsó fríamente y lo dejó lentamente
sobre la mesa.
Carl se abalanzó sobre ella. Los dientes amarillentos a
causa del tabaco de la furcia salieron volando del puñetazo
propinado en el lado izquierdo de su rostro. El cuerpo cayó al suelo
creando un fuerte estrépito. La levantó agarrándola del cuello y
le arrancó varios mechones de pelo con su mano libre para meterlos
dentro de su boca ensangrentada. Carl abrió una de las ventanas,
dejó su cuerpo inconsciente y cerró de un fuerte golpe la ventana,
ocasionando el resquebrar de las vértebras partiéndose por el
fuerte golpe. Recogió el cuerpo moribundo y, sentándolo sobre una
mesa, empezó a partir los huesos de sus piernas para despertarla del
dolor. Mirándola fríamente, golpeó su deforme rostro y partió los
dedos de sus manos y doblando sus codos al revés de como se doblaría
normalmente. Por último, agarró su cuerpo y lo arrojó por la
ventana, cayendo torpemente contra el suelo.
Carl se dirigió a su sitio. Se sentó y el botón
volvió de un salto a su posición natural. Lo recogió y lo guardó
de nuevo en su bolsillo.
No había ocurrido nada. Ninguno de sus compañeros
sabía qué había ocurrido durante ese periodo de tiempo. La clase
seguía con normalidad y el profesor no se veía frustrado ni
cohibido por ningún alumno que interrumpiera constantemente. La
furcia ya no iba a volver a molestarle. Nunca había existido; o
había muerto en algún día de su insulso pasado. Eso a Carl no le
importaba. La había hecho desaparecer y punto. Carl no había matado
a nadie; o al menos, ante los ojos de la humanidad y la ley, no lo
había hecho.
Ahora, su día sí iba a mejor.