-¿Pero qué? -
Dijo Damon al oír sonar el despertador más pronto de lo normal. Se
levantó y observó que su mujer ya no estaba allí. Ella se
levantaba una hora antes para ir a trabajar, mientras que él, al
entrar más tarde, tenía que llevar a su hijo al colegio. Se dirigió
por el ancho pasillo hasta la habitación del niño y entró por la
puerta sin hacer ningún ruido. Matt estaba allí, tumbado sobre su
cama en forma de bólido de carreras, mientras dormía plácidamente.
Se dirigió hasta la cama y le zarandeó levemente el brazo izquierdo
para despertarlo. Matt abrió lentamente los ojos y se alegró de ver
a su padre, esbozó una de esas sonrisas pícaras que solo los niños
saben poner sin mostrar maldad y se dirigió corriendo hacia el baño
para prepararse. Damon se levantó de la cama de su hijo y abrió la
ventana, dejando que todo el solo inundara la habitación con una
oleada de calor. Hizo la cama del niño y salió al ver que era un
poco tarde.
-Matt, venga, ya
es tarde y va a haber tráfico. ¿Quieres llegar tarde?- de repente
oyó un ruido proveniente de la cocina. Corrió a ver qué era. El
estrecho pasillo le agobiaba mientras corría y parecía que iba a
tardar una eternidad en llegar hasta la cocina. El corazón se le
puso en el cuello. Siguió corriendo. -¡Matt! ¡Matt! - gritó, pero
no halló respuesta alguna de su hijo. No paraba de correr, ¿Dónde
está mi hijo? Pensó. ¿Qué
ha pasado? - ¡Matt! - Damon
entró en la cocina y solo vio la ventana abierta. Los visillos
ondeaban con el viento y le parecieron kilómetros lo que tubo que
andar hasta llegar a ella. Se asomó. Vivían en un sexto piso y no
se podía ver con claridad el suelo, pero él sabía qué se había
estrellado contra el suelo.
-¿Pero qué? - Dijo Damon al oír sonar el despertador más pronto
de lo normal. Se giró a su izquierda y allí estaba: su mujer. Era
rubia y tenía una larga y lisa melena que podría taparle la espalda
si quisiera. Iba vestida con un camisón transparente que dejaba ver
todas sus bellas y esbeltas formas. Al mirarla, podía ver que aun
seguía enamorado de ella como el primer día. Se levantó de la cama
y se quedó sentado un rato observándola. Era preciosa. Aun no sabía
cómo una mujer como ella podría haberse enamorado de él. No podía
ser por el dinero, ya que, cuando se conocieron, él no era más que
un hombre lleno de esperanzas y sueños que ella dio forma. Por su
físico tampoco, ya que él, antes, era un hombre alto y muy delgado
que no empezó a hacer ejercicio hasta que quiso sorprenderla en uno
de sus quince aniversarios. No paró de entrar y ejercitarse hasta
que consiguió el físico que quería.
Se levantó de la cama y se dirigió al baño de enfrente de su
habitación dándole un beso en la mejilla mientras seguía
durmiendo. Cerró la puerta y se quitó la camiseta delante del
espejo. Pudo ver sus los músculos que tanto le gustaba acariciar a
su mujer y volvió a pensar en ella y en lo mucho que la amaba. Abrió
el armario, cogió una cuchilla de afeitar y se untó la cara con
espuma de afeitar. Al terminar, se desvistió y se metió dentro de
la ducha. Escuchó el leve zumbido que provocaba el agua a esas horas
del día en el que aun la gente está dormida en sus casas y se
introdujo lentamente dentro de la ducha.
Al
salir notaba que algo iba mal. Salió corriendo del baño y no podía
creer lo que veía. Toda la cama estaba empapada de sangre. Sangre
que seguramente llegaba hasta el colchón y que estaba cayendo con un
reguero hasta el suelo, tiñendo la moqueta de color rojo. Lo que no
pudo creer fue lo que vio encima de la cama. Su mujer estaba tendida
en una postura antinatural y tenía el rostro desfigurado en una
mueca de horror. Tenia un ojo morado y el otro estaba introducido
hacia dentro de la cuenca, sangrando y destrozado. El camisón
transparente estaba empapado de sangre y estaba agujereado por varias
heridas en el costado que era lo que provocaba la gran cantidad de
sangre que se derramaba sobre la cama y el suelo. Damon fue corriendo
hacía ella y parecía que tardaba siglos en llegar donde estaba
ella. No podía creerlo. Iba llorando. Pero, ¿Cuándo iba
a llegar? Pensó. Siguió
corriendo y pudo ver su rostro de horror desfigurado a golpes que le
había propinado. Agarró su cabeza sobre sus manos y vio cómo su
pelo, hasta antes rubio y largo, se había transformado en una melena
roja, a causa de la sangre, y cortada irregularmente con unas tijeras
que encontró en la mesita de noche que tenían al lado de la cama.
Salió corriendo al baño de nuevo. La distancia que le separaba del
baño la recorrió en pocos pasos. Miró al espejo y vio en sus
músculos varias marcas de arañazos y golpes de que alguien se había
resistido. Su cara también tenía marcas y estaba sangrando por el
cuello. No era mortal, pero algo más llamó su atención: el plato
de la ducha estaba lleno de sangre y en él se hallaba un cuchillo
grande que debería estar en la cocina. Empezó a ver qué era lo que
había ocurrido allí. Cerró los ojos para no ver y lloró. Solo
lloró mientras se agachaba y se cogía las piernas una vez se sentó
en el suelo. No quería ver nada más, no le gustaba lo que veía,
quería acabara, ¿Porqué no acaba?
El despertador empezó a sonar. Era la hora. Sonaba, pero nadie lo
paraba. ¿no hay nadie? ¿nadie puede apagarlo? ¿No hay nadie en
casa? ¿Qué ocurre? Damon levantó su mano ensangrentada y apagó
el despertador, manchando parte de la mesa y gran parte del
despertador con sangre. Se había cortado las venas. No quería vivir
más, estaba cansado y todo lo que le daba fuerzas había muerto.
Mientras moría, podía ver todo aquello que hizo, pero se sentía
orgulloso. Vio cómo arrojaba a su hijo por la ventana para alegar
que fue un accidente; vio como mataba a golpes y de forma violenta a
su mujer para ocultar el cuerpo y denunciar su desaparición dos días
después. Pudo ver sus rostros, desfigurados en una mueca de asombro
y horror al contemplar cómo alguien a quien querían en sobremanera
era capaz de hacerles algo. Damon rió y se sentía orgulloso. No
sabía cómo había llegado a esa situación, pero no le importaba en
absoluto, simplemente se dejó morir y no pensó en nada más.
No le esperaba ni cielo ni infierno, pero eso él no lo sabía. Lo
que le esperaba era mucho peor: la venganza de aquellos a quien había
hecho daño. Notó cómo su destrozada y corrompida alma salía
flotando de su cuerpo. Voló sobre la ciudad y se sintió libre. Las
imágenes seguían abordándolo y sintió miedo. Se sentía culpable
de haberles hecho daño a sus seres más queridos. Se sentía solo,
abandonado, y no tenía a nadie que le resguardara, hasta que les
vio. Vio a su mujer y a su hijo caminar hacia él. Era una ilusión,
ya que estaban flotando, pero parecía que realmente pisaban suelo
firme. Empezó a notar su calor. Empezó a dudar sobre su existencia,
sobre lo que había hecho, sobre lo que les había hecho. ¿Traficarán
en el cielo con sueños por cumplir? Porque yo tengo unos cuantos.
Pensó, pero pudo observar cómo su realidad iba a ser otra. Solo le
quedaba desaparecer. No iba a tener alma ni cuerpo, iba a desaparecer
y no a morir. Vio los rostros de la dama y el niño desfigurarse,
haciendo una mueca de dolor y sed de venganza. Se abalazaron contra
él, pero no pudo moverse, su “cuerpo” no le respondía. Iba
directo donde estaban. Cada vez su imagen se fue haciendo más
animalizada. Se abalanzaron hacia él y lo envolvieron en la completa
negrura. No pudo ver nada... hasta que ya no existió más.
Desapareció. No era ni morir ni vivir, simplemente ya no estaba.
-¿Pero qué?
Hola amigo, me ha gustado mucho el relato sobre todo la fuerza del personaje y el inesperado final.
ResponderEliminarUn saludo!!!